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Según la medicina tradicional china (MTC), nacemos con 3 tesoros:

 

- esencia, el JING, es la fuente original, la materia prima, prenatal, heredada y finita, que hace que existamos.

Está situada a la altura de los riñones.

 

- energía, el QI, es un aliento vital, que se nutre del aire que respiramos y de los alimentos que comemos, hace que todo entre en funcionamiento, pone en marcha el “mecanismo” del ser. Está situada a la altura del plexus solar.

 

- espíritu, el SHEN, es algo como nuestra conciencia, algo como el ordenador que programa y define nuestras actividades en todos los campos fisiológicos, emocionales, sociales, espirituales, etc. Está situado en el entrecejo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Esa trinidad es la condición del ser vivo. La vida no puede existir sin esencia, ni sin manifestarse, ni tampoco sin actividad.

 

El ser humano, entendido como un microcosmos reflejo del macrocosmos, está situado entre la tierra y el cielo, por tanto es también energía polarizada: de la tierra captamos la energía YIN y del cielo la energía YANG. Nuestra salud, física y emocional es el equilibrio de estas energías.

 

Según la MTC, cada órgano está asociado a emociones, equilibradas cuando el organismo está sano, y desequilibradas cuando no lo está. Cuando el órgano o, mejor dicho, su función biológica está alterada, sea por exceso sea por defecto, las emociones también se alteran en exceso o en defecto.

 

Pero ese movimiento energético funciona también a la inversa: las emociones tienen efectos beneficiosos o perniciosos sobre los órganos y, a su vez, los pueden sanar o enfermar. Además de tener funciones fisiológicas que regulan el organismo, los órganos principales albergan todo lo que en el ser humano tiene su mismo comportamiento energético, sean emociones, facultades mentales, niveles de conciencia o rasgos de personalidad.

 

LAS EMOCIONES

 

La palabra emoción viene del latín “ex movere”, es decir “aquello que se mueve hacia afuera”. Esta definición etimológica ya nos dice mucho de todo lo que implica para el ser humano: las emociones nacen dentro del ser y éste las exterioriza.

 

Hay algo de incontrolable en ese movimiento, algo que no deja de sorprendernos a pesar de los muchos siglos que lleva la humanidad tratando de ello, como nos consta a través del pensamiento o del arte.

 

De la misma manera que podemos percibir los latidos de nuestro corazón sin haberle enseñado jamás a hacerlo, podemos sentir todas las emociones (alegría, descontento, pena, deseo, miedo, amor y odio, según Confucio) sin haberlas aprendido jamás.

 

Las emociones son propias del ser vivo y pretender vivir fuera de ellas, sería propiamente contranatural. No se puede evitar una emoción como se puede evitar una corriente de aire, pero sí podemos reconocerla y “trabajarla” para desactivar sus efectos nocivos. Podemos decidir aferrarnos a ellas o desarmarlas, desplazándonos con atención e intención en este escenario interno/intimo.

 

Si las emociones son patrimonio de la humanidad desde el alba de los tiempos también sabemos que en algunas culturas y/o sociedades están más “a flor de piel” que en otras. La nuestra, por sus características históricas, es un ejemplo de ello. ¿Se podría decir que por haberse desarrollado sobre la base de una gran diversidad de credos al tiempo que por su apuesta científica, la diversidad de sus corrientes filosoficas, políticas, intelectuales y artísticas, Occidente se ha sometido a más presión emocional? Esa diversidad nos permite un gran abanico de opciones y, por ende, de emociones. 

 

¿Podríamos decir que nuestras emociones están desbocadas y que las sociedades modernas son altamente nocivas para la salud y responsables del exceso de emociones que, a duras penas, intentamos gestionar?

 

En todo caso, comprobamos a menudo que, por ser competitivas y por premiar la diferenciación y la superación, nos llevan al estrés, a la envidia, a la frustración…

 

 

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